Hoy es miércoles de ceniza. Empezamos una nueva Cuaresma. Un camino de 40 días por el desierto hacia la Pascua, en el que nos prepararemos para vivir y celebrar con sentido pleno la Resurrección de Cristo. ¡EL ESTÁ VIVO!

Este año, queremos PARAR y RE-PARAR:

 

…porque vamos demasiado deprisa…

Sí, vamos demasiado deprisa. A veces no tenemos tiempo para nada y no nos damos cuenta  de las cosas que suceden a nuestro alrededor, de lo que pasa a aquellos que caminan con nosotros, de la vida… Y se nos pasa todo volando. Así, es imposible darnos cuenta de los signos de Dios en cada paso que damos, ni de a qué nos llama, ni de cómo interviene en nuestra vida a través de la vida de los otros. Vamos demasiado deprisa. Y nos hemos apuntado al carro de la velocidad como medio normal de vida.

 

…sin tiempo para ver, sentir, abrazar…

Así, poco a poco, vamos perdiendo nuestra capacidad de ver, de sentir, de abrazar. Estamos ciegos, somos insensibles, no nos importan los otros o el Otro (total, con salvarme yo, con que yo tenga, con que yo esté…) Y actuamos, sin quererlo, como el fariseo o el sacerdote que bajaban camino de Jericó, incapaces de ver, cerrados a la misericordia de un Dios misericordia como el nuestro. Necesitamos, en esta circunstancia, algo más…

 

…necesitamos RE-PARAR.

Por eso, esta Cuaresma, nos propondremos actuar como el Buen Samaritano. Y hacerlo en dos de sus gestos: pararse y reparar las heridas. No será una tarea fácil, pero queremos llenarla de pequeños compromisos que nos ayuden a caminar con Él y poder con el celebrar la resurrección. Despertar a la vida nuevamente, morir a todo eso que no me deja estar con Él. La mejor manera para lograrlo es: ¡deteniendo nuestra vida y sanando las heridas del otro!

 

Que este tiempo comience para cada uno como quien está en la línea de salida preparado para hacer una gran carrera, pero con un corazón que contempla la meta: Jesús; sin prisas, sin agobios, sino parando y reparando.